Amanece y despertamos a la luz de un nuevo día que bondadosamente recibimos de tu generosidad y por eso queremos vivirlo en alegría y esperanza. Que nuestro pensamiento sea de servicio y entrega a los demás. Señor, te nos das como nuestro compañero en el camino para ayudarnos a entender lo viejo y familiar con un corazón nuevo y joven. Empújanos hacia adelante cuando tratemos de hacer las cosas a nuestra manera, simplemente colocando parches a lo viejo aquí y allá. Que tu Espíritu sople sobre nosotros tu vigoroso aliento de vida para renovarnos a nosotros con tu misericordia y tu justicia. Permítenos sacar de nuestros pensamientos la importancia que le damos a las apariencias y los comentarios que hacemos cada día sobre la conducta de los demás, sin entrar en el fondo o el porqué de las cosas. Tú viniste a cambiarlo todo, a romper moldes, a renovar las leyes y los corazones: «a vino nuevo, odres nuevos», nada de remendar viejas túnicas con telas nuevas. Nuestro corazón es un odre en el que debemos recoger el vino de la gracia, de la alegría de ser hijos del Padre celestial; el vino joven de sabernos invitados cada día a vivir la plenitud de tu amor. Ayúdanos a dejar de lado los odres viejos de la incomprensión, del descuido y de la falta de solidaridad y las túnicas de la falta de amor y de bondad. Danos odres nuevos de solidaridad, de servicio y entrega y túnicas nuevas de fe, esperanza y caridad. Bendícenos, guárdanos y protégenos en tu bondad y misericordia. Amén.
Un muy feliz y nuevo viernes, revestidos del amor de Dios.
Las palabras de los Papas
La pregunta sobre el propio destino está muy viva en el corazón del hombre. Es una pregunta grande, difícil, y sin embargo, decisiva: "¿Qué será de mí mañana?". Existe el riesgo de que respuestas equivocadas conduzcan a formas de fatalismo, de desesperación, o también de orgullosa y ciega seguridad. (…) En la Carta a los Colosenses encontramos que la verdad de la "predestinación" en Cristo está estrechamente ligada con la verdad de la "creación en Cristo". "Él —escribe el Apóstol— es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda creatura; porque en él fueron creadas todas las cosas..." (Col 1, 15-16). Así pues, el mundo creado en Cristo, Hijo eterno, desde el principio lleva en sí, como primer don de la Providencia, la llamada, más aún, la prenda de la predestinación en Cristo, al que se une, como cumplimiento de la salvación escatológica definitiva, y antes que nada del hombre, fin del mundo. (…) Comprendemos así otro aspecto fundamental de la Divina Providencia: su finalidad salvífica. Dios de hecho "quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4). En esta perspectiva, es preciso ensanchar cierta concepción naturalística de la Providencia, limitada al buen gobierno de la naturaleza física o incluso del comportamiento moral natural. En realidad, la Providencia Divina se manifiesta en la consecución de las finalidades que corresponden al plan eterno de la salvación. (San Juan Pablo II – Audiencia general, 28 de mayo de 1986)