Qué detalle, Señor, has tenido con nosotros cuando nos llamas nuevamente a la vida. Una vida de esperanza y de fe, convertida en amor.
Hoy te damos gracias porque llenas nuestros corazones de felicidad, al poder celebrar y honrar a nuestros padres que son tu ejemplo de bondad y misericordia. Gracias, Señor, por darles la sabiduría y la inteligencia, el don del consejo que orientan nuestras vidas y nos llevan por el camino del bien con su ejemplo y testimonio. Nos sentimos fortalecidos y vamos por la vida haciendo tu voluntad. Bendícelos y consérvalos en salud y bienestar. Nuestro corazón también agradece, porque podemos celebrar tu amor de Padre, de Hijo y de Espíritu Santo. Tú quisiste ser una comunión de tres personas de forma que pudieras compartir tu único amor; te hiciste uno de nosotros para podernos atraer hacia ese amor. Danos la gracia de responder a tu bondad por medio del Espíritu que habita en nuestros corazones. Cólmanos de alegría e inspíranos a amar a nuestros hermanos a compartir con ellos y a ser uno con ellos. Gracias por entregarte a nosotros.
Ayúdanos a entregarnos y comprometernos en nuestros hermanos necesitados y a ser en medio de ellos tu señal de unidad, amor y esperanza, para que verdaderamente vivamos en el nombre del Padre, y en el nombre tuyo como Hijo, y en el del Espíritu Santo. Iniciamos nuestro día de descanso y retomamos fuerzas para iniciar nuestra semana con la bendición del Padre, que nos ama, del Hijo, que nos trajo perdón y vida, y del Espíritu Santo que nos da su amor. Amén.
Santificado Domingo.
FELIZ DÍA, QUERIDOS PAPÁS. Y los que nos están en el cielo y recordamos con cariño y nostalgia sigan intercediendo por nosotros. Los llevamos en nuestros corazones.
LAS PALABRAS DE LOS PAPAS
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La Divina Unidad de la Trinidad. Cristo pronunció este misterio con palabras humanas. Y lo dejó en manos del Espíritu Santo, a su venida: «Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Cada uno de nosotros es introducido en esta «verdad completa» ya mediante el Bautismo. Vivimos esta verdad a diario, cuando comenzamos a orar y a trabajar «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». ¿Por qué, al pronunciar con estas palabras el nombre del inescrutable misterio divino, el nombre del Dios vivo que ES, hacemos al mismo tiempo la señal de la cruz en la frente, los hombros y el corazón? Porque la cruz es la última palabra del misterio trinitario de Dios en la historia de la salvación de la humanidad. Cuando Cristo dice del Espíritu Santo: «Él tomará de lo mío y os lo anunciará», estas palabras se refieren de manera particular al sacrificio de la cruz. El Dios vivo ha entrado definitivamente en la historia de la creación, en la historia del hombre, precisamente a través de este sacrificio. El hombre, contemplando la arquitectura del cosmos, entra en las profundidades de la Sabiduría eterna del Creador. El hombre, contemplando la Cruz, conoce el amor que impregna esta Sabiduría y toda su obra. Conoce el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). Sabe que «Dios es amor» (1 Jn 4,16). (San Juan Pablo II – Visita pastoral a la diócesis de Grossetto, Homilía, 21 de mayo de 1989)